Eduardo del Arco: "Ser probador de coches me sirvió para mejorar mi rendimiento académico en Teleco"

El profesor de Telecomunicaciones de la URJC Eduardo del Arco
Fuenlabrada | José Luis Blanco.- La relación con la tecnología del profesor de Telecomunicaciones de la Universidad Rey Juan Carlos Eduardo del Arco arranca en el año 1990 cuando llega a sus manos un ordenador 286. Sus dos pasiones, la ingeniería y los coches se cruzan constantemente durante su trayectoria académica y vital. Ha sido probador de vehículos de alta gama y trabaja en proyectos de ingeniería de Telecomunicación para el desarrollo de vehículos que no necesitan conductor. Dice que para afrontar una carrera es necesario tener una vía de escape en la que invertir el tiempo libre.


Pregunta. ¿Por qué se decidió a estudiar Telecomunicaciones?
Respuesta. Es una historia antigua. Cuando era pequeño, entró un ordenador bastante bueno en casa y nadie sabía manejarlo. Yo, que tenía unos 10 años, agarré el manual y comencé a probar y aprendí, más o menos, a utilizarlo.

P. ¿Qué tipo de ordenador era?
R. Debía ser el año 1990 o 1992 y el ordenador sería un 286. El ordenador llegó a casa porque mi padre se dedicaba a los negocios y una empresa, que no le pagó en metálico porque se iba a la ruina, le pagó en especie. El sistema operativo era el MS-dos versión 4. Tenía una pantalla monocromo y era un armatoste que pesaba unos 30 kilos. Aprendí a manejarlo bastante bien y mis padres me compraron unos juegos, pero no funcionaban porque eran para 386 y necesitaban tarjeta de sonido, VGA, cosas que este ordenador no tenía. Así que fuimos a una tienda de informática para ver qué se podía hacer. Comencé a hablar con un señor, con total solvencia, de todas estas cosas y mis padres me miraron como si fuera un bicho raro. Así que decidieron que debía dar clases de informática más serias. La persona que me impartió esas clases era un ingeniero de Telecomunicaciones de esta tienda. Por aquel entonces no existía la palabra ‘friki’, pero lo que hacíamos era el ‘friki’ en mi casa los miércoles por la tarde. Programábamos, me enseñaba sus prácticas de la universidad; aprendí a programar en Pascal, en Basic y bases de datos. Tenía siempre el ordenador a la última, con los últimos juegos.

P. ¿Tiene, por tanto, una buena colección de juegos antiguos?
R. Tengo un trastero lleno de juegos. Algunos los cambiaba físicamente, otros sencillamente se copiaban, porque era muy común en aquella época un disquete de alta densidad. Mi abuelo me daba 2.000 pesetas de paga a la semana, que era una barbaridad en aquel entonces, y yo compraba ‘Micromanía’, ‘PCManía’ y, naturalmente, las revistas de coches que eran mi otra pasión. Este profesor fue una referencia profesional y decidí estudiar ingeniería de Telecomunicación.

P. ¿Cómo le fue en la carrera?
R. Es de cinco pero yo tardé siete años en terminar. También es cierto que en cuarto curso me fui de erasmus a Reino Unido un año entero. Era la Universidad de Gales y estaba todo muy bien pensado. Con poco dinero eran capaces de hacer muchas cosas. Yo llegué con mi contrato de estudios y me dijeron: “Esto que nos traes está muy bien, pero si además haces otras tantas asignaturas te concedemos un grado de Electrónica en Aviación”. Y yo dije “vale”.

P. Entonces ¿a estudiar?
R. Exactamente. Tuve mis fiestas como todo buen erasmus, pero prácticamente estuve encerrado en la biblioteca y la habitación, estudiando todo el año, pero allí pude acabar la carrera de ‘Avionics’.

P. ¿En qué consiste esa carrera?
R. Es una ingeniería de Aeronáutica pero especializada en electrónica de aviones y en los sistemas de navegación aérea, que, por cierto, es algo similar a lo que tenemos en la URJC, la carrera de Ingeniería Aeronáutico, en la especialidad de Aeronavegación. Y Además vamos a implantar el doble grado: Ingeniería en Telecomunicación y Aeronavegación. Que es exactamente lo que yo soy o lo que yo estudié. En su momento me pareció algo exótico, pero se ha demostrado con el tiempo que tienen mucha relación ambas especialidades.

P. ¿Pensó en hacer doctorado al volver a España?
R. Sí, pero tenía que trabajar. Simultáneamente a estudiar ingeniería de Telecomunicación, empiezo a trabajar para una revista de automóviles.

P. ¿Cómo surgió este trabajo?
R. Es una historia muy divertida. Tenía pasión por la informática, pero también por los coches. Me gustaban muchísimo los coches porque a mi abuelo también le gustaban muchísimo los coches. Me enseñó a cambiar una rueda, a limpiar un carburador, a hacer las clásicas cosas básicas de mantenimiento de los coches de los ochenta.

P. ¿Esas cosas que ahora no se les puede hacer a los automóviles modernos?
R. Sí. Ahora es más difícil, pero también se puede, aunque con herramientas específicas. En aquel momento, cualquiera con una caja de herramientas mínimamente dotada, podía desarmar medio coche. Me gustaba mucho y compraba ‘Motor 16’ y ‘Autopista’, las revistas clásicas españolas. Entonces apareció Internet y yo lo tuve en casa en el año 1998. En 1999 aparecieron las revistas del motor en Internet. Concretamente una que se llama ‘Kilómetro 77’, donde tenía un foro magnífico, que ahora está pasando por horas bajas, donde la gente era muy educada. Al contrario de otros, por ejemplo el de ‘Forocoches’, donde tienes a todos los macarras del mundo metidos a opinar. Era un foro de gente muy preparada, donde la mayoría eran profesionales del mundo automovilístico: desde mecánicos con curiosidad por las nuevas tecnologías a periodistas de esta revista y de otros medios. Allí conocí a un señor que trabajaba en ‘Autofácil’.

P. ¿Cómo entró en contacto con esta revista?
R. La fundó ‘Luique’, el famoso periodista que empezó en el ‘Diario de Sevilla’ haciendo grafismos y viñetas. Durante los años del bum de los años sesenta y setenta montó Motorpress con otros socios. Hacían pruebas de larga duración en autopista. En un momento determinado decide dejar sus acciones de esta revista y funda su propio grupo de comunicación. ‘Autofácil’ es una revista con una economía de guerra, es decir, que no gastaban el dinero en tonterías. Era una redacción pequeña, se trabajaba mucho y estado todo enfocado a ofrecer información que en otros sitios no se daba. Conocí a una persona que trabajaba en esta revista y un buen día fui a buscarle a su trabajo y me invitó a entrar en las oficinas. Me presentó a sus compañeros. Yo dije: “Qué bien, estoy en la redacción de una revista de coches”. Preparaban en ese momento un informe de coches de todas las marcas: puntos fuertes, puntos flacos, un pequeño resumen, por qué comprar o no. Estaban por la ‘L’. Entonces, la jefa, Azucena Hernández, una mujer muy guapa me dijo: “¿Tú qué opinas de Land Rover?”. Me puse a hablar de esta marca. No recuerdo exactamente lo que dije, pero en aquel tiempo tenían pocos modelos y dije: “Fuertes, el Range Rover, pin pun pan”. Se dieron cuenta de que sabía del tema y me preguntaron mi opinión acerca de Lexus. “Bla, bla, bla”. Les digo un poco. Puntos fuertes y débiles, motores gasolina, no hay diesel, número de cilindros en línea, V8.
Así hasta la ‘Z’.

P. ¿Dio su opinión de todos los coches de las diferentes marcas?
R. Sí. Prácticamente hicimos todo el artículo. Estuvimos hasta las 10 de la noche, yo hablando y ellos escribiendo. Creo que se quedaron impresionados. Esto fue en 2004. Y poco tiempo después me lancé a la piscina y dije que quería colaborar. Aceptaron mi propuesta y comencé con pequeñas pruebas, presentaciones de nuevos modelos y, poco a poco, me fui haciendo un sitio en la revista.

P. ¿Tenían circuito de pruebas?
R. No. Todas las pruebas se realizaban en la calle. Por regla general no hay un circuito cerrado, sino lugares donde hay unas referencias y como norma no se publica el nombre del lugar. Las pruebas exhaustivas se suelen hacer en talleres o centros específicos, por ejemplo en bancos de potencia. Se suele proponer un circuito abierto a la circulación en el que no se hace nada extraño y es la mejor manera de probar un coche, que es donde el usuario lo va a conducir.

P. ¿Qué coches ha conducido?
R. Desde un Hyundai Atos que costaba entre 6.000 y 10.000 euros, que era un utilitario con motor modesto y barato, hasta un Porsche 911 turbo, pasando por Maseratti y Rolls Royce. En una presentación en Madrid, pudimos probar algunos coches de esta marca, como el Phantom, el Phantom coupé y un descapotable. Después de conducirlos escribimos un artículo. Yo siempre digo lo mismo: “Hay coches, Porsche y Rolls Royce”. Son otro producto a pesar de que se conduzcan con el carnet B. He conducido de todo: utilitarios, diesel, deportivos de 400 caballos y otros.

P. ¿También ha sido probador de todoterreno?
R. Este tipo de coches lo he conducido menos, porque las pruebas de estos modelos las hacían en un circuito cerrado y es un tipo de conducción diferente. Sin embargo en un viaje a Marruecos, invitados por SsangYong, fuimos a un pueblo en el desierto, conduciendo por dunas, paisajes impresionantes, haciendo el ‘cabra’ con los vehículos. Ha sido la única experiencia seria con todoterreno, pero fue espectacular.

P. ¿Cómo compatibilizaba sus estudios con estas actividades?
R. Lo cierto es que estudiar Teleco era duro. Vienes del instituto, donde todo es sencillo, llegas a un mundo académico muy exigente donde el listón, como nos decían “está ahí y no lo vamos a bajar” y yo tardé cuatro años en hacer primero y segundo. Necesitaba una vía de escape. Lo de probar coches llegó en 2004 y mi rendimiento académico subió porque comencé a valorar mucho lo que era ser ingeniero y poder enfrentarme a las cosas con una perspectiva diferente a la de mis compañeros de letras. El periodista del motor es más bien -me matarán por decirlo- un crítico que facilita a los lectores la adquisición y gestión de su coche, porque el mundo del motor es muy amplio y complicado. Lleva mucho tiempo funcionando, hay millones de modelos y el periodista del motor conoce el intríngulis de todo eso. Lo expone de una manera comprensible. Yo, como ingeniero, podía realizar unas preguntas que llegaban al corazón del coche. Me vino muy bien la ingeniería para el trabajo y el trabajo para la ingeniería.

P. ¿Qué otros proyectos está realizando?
R. Ahora mismo estoy con el doctorado y soy profesor ayudante de las asignaturas de Transmisión Digital y de Comunicación de Información Audiovisual, ambas de Telecomunicación. También participo en las asignaturas de Comunicaciones Sectoriales y Comunicaciones por Satélite.

P. Por tanto, en la actualidad es profesor, estudia para acabar el doctorado y es padre. ¿Cómo gestiona todas estas tareas?
R. Hay que ser disciplinado, atender a horarios y sacar tiempo de debajo de las piedras.

P. ¿Qué aconseja a los estudiantes de Telecomunicación?
R. Les aconsejo que estudien mucho. Pero es un consejo horrible porque no hay fórmulas mágicas. Hay que estudiar mucho y no rendirse. No deben conformarse con lo que cuenta el profesor, con las transparencias o los ejercicios. Hay que ir a los libros y enfrentarse a ellos, aunque estén en inglés. En concreto, a los alumnos de Teleco les recomiendo que estudien la bibliografía. Después deben adquirir cultura tecnológica. Es necesario que no hagan esto porque hoy por hoy sea una de las pocas profesiones que no tiene problemas por la crisis. Los empleadores siguen confiando en los ingenieros Informáticos y de Telecomunicaciones por su capacidad para resolver problemas complicados, por adaptarse a nuevas situaciones. Pero para adquirir el control de su vida deben adquirir cultura tecnológica y no tecnológica también. Es importante saber qué sucede dentro de los aparatos que usamos de forma cotidiana. Deben observar a su alrededor, leer mucho y conocer a gente muy diferente.

P. ¿Cuando acabó la carrera cómo se desarrolló su trayectoria profesional?
R. Cuando terminé la carrera, por unas circunstancias familiares especiales, me vi obligado a trabajar enseguida. En aquel momento un ingeniero recién licenciado podía cobrar entre 25.000 y 30.000 euros brutos. Ahora no es así. Rechacé algunos. Me enteré que estaban buscando ingenieros para hacer un proyecto con coches. Me dije: “Postúlate”. Hablé con el director de la escuela, Javier Ramos, y me contrató. Resolví algunos fuegos encendidos y les gusté. Me ofrecieron una beca para hacer el doctorado sobre comunicaciones y coches, dentro del contexto de las redes de sensores inalámbricos. El tema de las comunicaciones entre vehículos estaba resonando a nivel mundial. Pero es un problema técnico muy difícil con retos comerciales. Requiere una estrategia de largo plazo.

P. ¿Qué libro recomienda, independientemente de esta profesión?
R. A mí me gusta mucho la ciencia ficción, entonces recomiendo leer los cuentos cortos de Isaac Asimov. Recomiendo las ‘Historias Increíbles’ de este autor, que es un libro evocador. Dentro de esos cuentos cortos hay uno que me impresionó mucho, que es ‘La última pregunta’. Es un cuento de catorce páginas, tan breve que prefiero no resumirlo y que lo lean.

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